No es coña. Tengo tres pelos rebeldes que me salen en la barbilla. Pertinaces. De mano sólo me salían de Pascua en Ramos, pero últimamente han cogido ritmo y tengo que estar al quite. Una amiga jura y perjura que es uno de los inconvenientes de la edad. A este ritmo, a los 66 empezaré una nueva etapa post-jubilación en el circo.
Bueno, sí es coña... Salir me salen, pero no es para tanto. Sobre todo ahora que se han vuelto a poner de moda las barbas. ;)
No tener barba es una ventaja significativa de ser mujer. Debe de ser un coñazo tener que estar pendiente del afeitado casi a diario, más los cortes y resquemores que lo acompañan. Así en general y a nivel práctico, es un alivio ser imberbe.
Sin embargo, siempre he tenido cierta fascinación por la barba. Recuerdo de pequeña
haber jugado a que me afeitaba de la que me lavaba los dientes,
embadurnándome con la espuma del dentífrico y pasándome el
cepillo por la cara cual cuchilla Gilette. No era una crisis de
identidad; más bien eran ganas de jugar y de evitar lavarme los
dientes, rutina odiada (pero cumplida, eh!) hasta edad inconfesable. Era un juego de lo más divertido, sobre todo porque era una pura fantasía que sabía a ciencia cierta que jamás se haría realidad.
Cierto amigo de juventud solía dejarse barba en invierno, lo cual, en su momento, le hacía inusual. Inusual porque hace 10 años un chaval con barba de leñador era un bicho raro. El amigo en cuestión estaba como un pan y se podía permitir cualquier rareza estética sin grandes consecuencias, todo sea dicho. Un día que andábamos un tanto aburridos en mi casa, me dio por preguntarle por la barba y la conversación dió para mucho. Me explicó con pelos ;) y señales la sensación de tener barba: lo cómodo que resultaba no tener que afeitarse y poder dejar descansar la piel de la cara, lo mucho que le calmaba atusarse la barba cuando estaba nervioso, el mayor respeto que le tenía la gente, lo calentito que iba por la calle en pleno invierno neoyorquino y la sensación de seguridad que le daba tener una barrera peluda entre él y el mundo. Esta charla me reactivó la fascinación infantil por la barba.
Aunque no quisiera verme en la tesitura de ser mujer barbuda, me encantaría poder vivir lo que mi amigo describió, sólo por un día. Me fastidia no tener acceso a una experiencia básica de media humanidad.